Jesús salía al camino cuando se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño». Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dales el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, luego sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!» Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios». Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
«Tú mi hermano» © Autorización de Cristóbal Fones
«3 hours of beautiful instrumental music» © Compartido en Youtube por Peder B. Helland
A tu madre y tus hermanos les dijiste
que madre y hermanos son quienes cumplen la palabra.
A Pedro le reprochaste, con palabras duras, no comprender la cruz.
A Santiago y Juan les recordaste que los jefes deben servir.
Al joven rico le revelaste que se estaba convirtiendo en un pobre hombre.
A los cargados de justicia les desafiaste a que tirasen la primera piedra.
Al condenado le diste otra oportunidad.
Invitaste a tu banquete a quienes no tenían sitio en ninguna mesa.
A Marta, llena de afán y de prisa, la invitas a sentarse y escuchar tu palabra.
¿Qué le dirás a María, Señor? Tal vez que se ponga en pie y ayude.
Porque tú nos sacas del terreno familiar,
y nos abres la puerta de lo nuevo.
Tú, Señor, que siempre nos desinstalas.
Sigue sacándonos de rutinas y certidumbres,
de méritos y medallas, de seguridades y justificaciones,
para descolocarnos con tu evangelio,
una vez más, hoy y siempre.
(José María R. Olaizola, SJ)